Resumen
En las postrimerías del reinado de Felipe II, el problema de la Reforma parece completamente superado en España: la polémica erasmista ha concluido y la Inquisición mantiene bajo su vigilancia la secta de los Alumbrados, que en adelante no hará sino degenerar hasta llegar a formas de baja superstición. El pueblo comparte los ideales de su soberano y se siente más que nunca llamado por Dios a la defensa del catolicismo. La religiosidad, de nuevo vigorosa, gracias a la disciplina de las órdenes monásticas y a la difusión de los tratados de ascética y mística, y favorecida por el Estado, levanta una a manera de barrera protectora entre la Península y las regiones desgarradas por la guerra. El peligro reformista, sinembargo, no había desaparecido y amenazaba desde la vecina Francia y desde Inglaterra, donde el cisma de Enrique VIII había cobrado nuevas fuerzas con la política de Isabel. En su De rege Mariana se hace eco de esta preocupación y sugiere el modo de evitarla.