Resumen
Mariano Picón-Salas se retrata de cuerpo entero en el límpido cristal de su prosa, que él trabajó, como su vida, con un íntimo afán de perfección. "La mejor lección que puede dar un escritor a quien ya se le fue la juventud —decía en 1954— es trabajar, su instrumento expresivo con la misma exactitud y variedad configuradora con que el buen ebanista convierte su pedazo de madera en objeto hermoso y socialmente útil... En la obra del escritor hay que usar también escuadras e invisibles instrumentos de cálculo, porque hasta eso que los románticos desgreñados llamaban la inspiración, sólo acude al espíritu fecundado por el estudio, la meditación, la congoja".
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